divendres, 21 d’octubre del 2016

CURRO POR VICENT ROMÁN

Curro Romero ha inspirado a muchos artistas plásticos. Con motivo de su retirada hubo quien volvió la vista atrás para recordar un pasado reciente esplendoroso. Entre ellos el acuarelista Vicent Román (Sagunto, 1.952), que recreó la vuelta al ruedo del torero de Camas tras desorejar a un astado de Juan Pedro el 18 de abril de 1.999. Y lo hizo con un óleo sobre fondos azules difuminando en las extremidades inferiores la figura del diestro. La obra mide 68 x 32 cms.

Sus últimas dos orejas en la plaza que tanto lo quiso las reflejó con esta excelente crónica don Joaquín Vidal en las páginas de 'El País':

CURRO ROMERO ASCIENDE A LOS CIELOS


Domecq / Romero, Espartaco, Rivera
Toros de Juan Pedro Domecq, discretos de presencia, varios anovillados -2º impresentable, muy protestado por inválido-; inválidos; a algunos se les simuló la suerte de picar; aborregados.Curro Romero: pinchazo bajo, estocada corta delantera y rueda de peones (vuelta); estocada caída (dos orejas). Espartaco: pinchazo y estocada corta (silencio); estocada (dos orejas). Rivera Ordóñez: estocada (ovación y salida al tercio); estocada (oreja). Plaza de la Maestranza, 17 de abril. 8ª corrida de feria. Lleno.

Curro Romero ascendió a los cielos. Espartaco de poco también porque se encontraba en estado de gracia. Rivera Ordóñez iba para allá pero le dejaron a la espera haciendo méritos en el purgatorio. El ganadero no necesitaba subir ni bajar: estaba ya en la gloria, y la gente del toro se le acercaba por el callejón para cantarle aleluyas. El público de la Maestranza tuvo una tarde feliz y, al salir, aún creía estar soñando: cinco orejas había concedido, aunque no consiguió las seis, mecachis en la mar; de ellas, dos para Curro Romero.

Curro con dos orejas: lo nunca visto, el acabose, la desconcatenación de los exorcismos. No paseó Curro esas dos orejas en su triunfal vuelta al ruedo. Se nota que no está acostumbrado y no sabe. Apenas las tuvo unos segundos en las manos. En cuanto las recibió del alguacilillo, sanguinolentas y peludas, las miró con aprehensión y las entregó a un subalterno.
Y empezó entonces la vuelta al ruedo triunfal, el ramito de romero oloroso en la mano, la expresión feliz, en medio de aquel clamor, de aquellos vítores y, al terminar, aún querían que diera otra. Curro -por éstas que es verdad- había matado a la primera.

Curro -por estas también- había hecho una faena larga, maciza, hermoseada mediante fugaces centelleos de inspiración. Había hecho una faena no se sabe a qué ni a quien. A un toro no. El toro no existía ni en la imaginación de sus más devotos.

Al primero de la tarde le había hecho asimismo faena llena de estampas toreras pintadas a pincel. Llega a matarlo pronto y le dan la oreja. Y entonces habríamos tenido el acontecimiento histórico de Curro Romero saliendo a hombros por la Puerta del Príncipe.

A ese toro primero lo recibió Curro Romero por verónicas. Le dio lo menos veinte ganándole terreno hasta la boca de riego, con tanto empeño que se pasó y remató las medias verónicas más allá, cerca del portón de cuadrillas. Cierto que el toro se escupía en cada lance, pasaba a distancia, ajeno a la presencia del autor, y Curro podía estirarse a placer.

Otras verónicas resultaron aún mejores. Por ejemplo, las que instrumentó para recibir al fantasma de toro del éxito, superadas a continuación por otras tres que dio a manera de bis, dos de ellas y la media de antología.

La mínima expresión de la vida -un hálito, diríamos- era el toro imaginario y Curro le acarició por alto, le mimó por bajo, ejecutó unos redondos de cadencia sutil, embarcó relajado y apuesto, recreó trincherillas y kikirikíes, entonó kirieleisones, volvió a los naturales y al ver los dos últimos -el mando, el arte y la gracia en fusión nuclear- fue San Pedro y le entregó las llaves del cielo.

Unas cosa es Curro, otra todo lo demás de la Creación, pero la gente ya se sabe cómo es; vio el cielo abierto y por ahí ya se podía colar todo el mundo. Concluido el faenón de Curro entró Espartaco e hizo una faenita, al principio cuidando a la ficción de toro, que se derrumbaba; y le aclamaron. Vivir para ver: su anterior mentira de toro se caía igualmente y protestó el público, no aceptó que le hiciera faena.

Dos orejas venían cayendo y Espartaco se las ganó pegando derechazos. Una sola tanda de naturales le quedó de bajo nivel por lo que cambió raudo de mano y en ella fundamentó el triunfo. Toreaba no ya fuera cacho sino a la distancia que permite la longitud del brazo, encadenando los pases por la periferia a ritmo de noria, y cada vez que cerraba con el de pecho, prorrumpía la Maestranza en un delirante griterío. A veces se deslomaba el supuesto toro y quedaba rendido a los pies del lidiador, lo cual no era traba ni impedimento para que continuara, incluso recrecida, la manifestación de entusiasmo, el público puesto en pie.

Le correspondían a Rivera Ordóñez las dos siguientes orejas por derecho propio, hiciera lo que hiciese. Y lo que hizo consistió en repetir, derechazo arriba o abajo, su faena al falso tercer toro: naturales, pocos y vulgarcitos; derechazos, a docenas, distanciado y metiendo el pico de la muleta. Tardó el toro en morir y por este absurdo motivo el premio de las dos orejas quedó reducido a la mitad. No hay derecho pues la estocada estaba en su sitio. No tanto como la de Espartaco, que hundió por el hoyo de las agujas. Y mejoró con creces la de Curro,tendida, caída y feucha.

Claro que si Curro llega a matar por el hoyo de las agujas a lo mejor le mueve la silla a Dios Padre y provoca en los cielos una crisis. Lo de Curro es una cosa queno-se-pue-aguantá. Su fama -fantástica, contradictoria y estrambótica- hace creer a algunas gentes que nunca ha cortado dos orejas, que nunca conoció la gloria. Pero sí la conoce. Ha estado en la gloria muchas veces. Sólo que había bajado a merendar. Y ayer volvió a subir.